XXII FESTIVAL INTERNACIONAL DE GUITARRA CIUDAD DE ALBACETE
EDICIÓN 2021: “HOMENAJES”
EDICIÓN 2021: “HOMENAJES”
Martes, 1 junio de 2021 - 20:00h
"Homenaje a Juan Ramón Jiménez"
I
Platero y Yo
Eduardo Sainz de la Maza (1903 - 1982)
Platero
El loco
La azotea
La tortuga
Paseo
Darbón
La Muerte
A Platero en su tierra
"Homenaje a Juan Ramón Jiménez"
José Manuel Dapena, guitarra & Celia Saval, narradora
Salón de Plenos del antiguo Ayuntamiento
Plaza del Altozano, 02001 Albacete, Spain
https://www.facebook.com/events/304820861270465
I
Platero y Yo
Eduardo Sainz de la Maza (1903 - 1982)
Platero
El loco
La azotea
La tortuga
Paseo
Darbón
La Muerte
A Platero en su tierra
II
Platero y Yo
Mario Castelnuovo-Tedesco (1895-1968)
Platero
Angelus
La primavera
Melancolía
Idilio de Noviembre
Golondrinas
La arrulladora
El canario vuela
Platero y Yo
Mario Castelnuovo-Tedesco (1895-1968)
Platero
Angelus
La primavera
Melancolía
Idilio de Noviembre
Golondrinas
La arrulladora
El canario vuela
----
Videos:
Gitaristen Podium - José Manuel Dapena plays Platero by Castelnuovo-Tedesco / 2021 Sneak peek
https://www.youtube.com/watch?v=VP4jtW7Bl98
Videos:
Gitaristen Podium - José Manuel Dapena plays Platero by Castelnuovo-Tedesco / 2021 Sneak peek
https://www.youtube.com/watch?v=VP4jtW7Bl98
Platero y Yo - Platero and I - Live 2003 - José Manuel Dapena, guitar - Eduardo Sainz de la Maza
https://www.youtube.com/watch?v=vFGV-W-OK8A
https://www.youtube.com/watch?v=vFGV-W-OK8A
Golondrinas Swallows Platero y Yo Platero and I Castelnuovo-Tedesco - Live 2009 - Dapena guitar
https://www.youtube.com/watch?v=pHmBM85day4
----
Entrada libre a todos los conciertos del antiguo ayuntamiento (Museo Municipal), hasta completar el aforo restringido por los protocolos COVID-19.
Entradas a 10 € en taquilla y en globalentradas.com para el concierto del Auditorio Municipal. Aforo restringido por los protocolos COVID-19.
https://www.youtube.com/watch?v=pHmBM85day4
----
Entrada libre a todos los conciertos del antiguo ayuntamiento (Museo Municipal), hasta completar el aforo restringido por los protocolos COVID-19.
Entradas a 10 € en taquilla y en globalentradas.com para el concierto del Auditorio Municipal. Aforo restringido por los protocolos COVID-19.
Coordinación artística: Pedro Jesús Gómez
http://www.webpedrojesus.com
http://www.webpedrojesus.com
Patrocina:
Ayuntamiento de Albacete
http://www.albacete.es
https://www.facebook.com/CulturaAlbacete
https://www.facebook.com/AyuntamientoDeAlbacete
Ayuntamiento de Albacete
http://www.albacete.es
https://www.facebook.com/CulturaAlbacete
https://www.facebook.com/AyuntamientoDeAlbacete
Colabora:
Tu Guitarreria de Guitarras Carrillo
https://tuguitarreria.com
https://www.facebook.com/tuguitarreria
Tu Guitarreria de Guitarras Carrillo
https://tuguitarreria.com
https://www.facebook.com/tuguitarreria
Festival de Guitarra "Ciutat d'Elx"
https://www.festivalguitarraelche.com
https://www.facebook.com/festivalguitarra
https://www.festivalguitarraelche.com
https://www.facebook.com/festivalguitarra
----
Texto: Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958)
Eduardo Sainz de la Maza (1903 - 1982)
Platero
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas ...
Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal ...
El loco
Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.
Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas. Corren detrás de nosotros. Chillando largamente:
—¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
La azotea
Tú Platero, no has subido nunca a la azotea.
... se domina todo: ventanas con una muchacha en camisa que se peina, descuidada,
cantando; el río, con su barco que no acaba de entrar;
tú, Platero, bebiendo en el pilón, sin verme, o jugando, como un tonto, con el gorrión o la tortuga!
La tortuga
Nos la encontramos mi hermano y yo volviendo, un mediodía, del colegio por la callejilla.
Entre la hierba de la pared del granero, casi como tierra, un poco protegida por la sombra del Canario, el viejo familiar amarillo que en aquel rincón se pudría, estaba, indefensa.
La cogimos, asustados, con la ayuda de la mandadera y entramos en casa anhelantes, gritando: “¡Una tortuga, una tortuga!”
Luego la regamos, porque estaba muy sucia, y salieron, como de una calcomanía, unos dibujos en oro y negro...
Paseo
Por los hondos caminos del estío, colgados de tiernas madreselvas, ¡cuán dulcemente vamos!
Platero rebuzna y retoza alegremente. ¡Qué sencillo placer diario!
Ya en la alberca, yo lleno mi vaso y bebo aquella nieve líquida.
Platero sume en el agua umbría su boca, y bebotea, aquí y allá, en lo más limpio, avaramente...
Darbón
Darbón, el médico de Platero, es grande como el buey pío, rojo como una sandía.
Pero se enternece, igual que un niño, con Platero.
Y si ve una flor o un pajarillo, se ríe de pronto, abriendo toda su boca, con una gran risa sostenida, cuya velocidad y duración él no puede regular, y que acaba siempre en llanto.
Luego, ya sereno, mira largamente del lado del cementerio viejo:
Mi niña, mi pobrecita niña...
La Muerte
Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes.
Fuí a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía...
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo.
Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza...
A Platero en su tierra
¡Con qué alegría, qué bien te digo a ti estas cosas que nadie más que tú ha de saber!
Ordenaré mis actos para que el presente sea toda la vida y les parezca el recuerdo;
para que el sereno porvenir les deje el pasado del tamaño de una violeta y de su color, tranquilo en la sombra, y de su olor suave.
Tú, Platero, estás solo en el pasado. Pero ¿qué más te da el pasado a ti, que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?
Platero y Yo
Texto: Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958)
Música, guitarra: Mario Castelnuovo-Tedesco (1895 - 1968)
Platero
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel ...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
¡ Ángelus !
Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color... Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos... ¿Qué haré yo con tantas rosas?
Parece, Platero, mientras suena el Angelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas... Más rosas... Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas.
La primavera
En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros.
Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto, y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
Melancolía
Esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había adornado la tierra húmeda de grandes lirios amarillos. Cantaban los chamarices allá arriba, en la cúpula verde, toda pintada de cenit azul, y su trino menudo, florido y reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia, como un claro sueño de amor nuevo. Los niños, así que iban llegando, dejaban de gritar. Quietos y serios, sus ojos brillantes en mis ojos me llenaban de preguntas ansiosas. —¡Platero, amigo!—le dije yo a la tierra—; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí? , Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio...
Idilio de noviembre
Cuando, anochecido, vuelve Platero del campo con su blanca carga de ramas de pino para el horno, casi desaparece bajo la amplia verdura rendida. Su paso es menudo, unido, como el de la señorita del circo en el alambre, fino, juguetón... Parece que no anda. En punta las orejas, se diría un caracol debajo de su casa.
Una fría dulzura malva lo nimba todo. Y en el campo, que va ya a diciembre, la tierna humildad del burro cargado empieza, como el año pasado, a parecer divina ...
Las golondrinas
Están ya aquí, Platero, las golondrinas, y apenas se las oye, como otros años, cuando el primer día de llegar lo saludan y lo curiosean todo, charlando sin tregua en su rizado gorjeo.
No saben qué hacer. Vuelan mudas, desorientadas, como andan las hormigas cuando un niño les pisotea el camino. No se atreven a subir y bajar por la calle Nueva en insistente línea recta con aquel adornito al fin, ni a entrar en sus nidos de los pozos, ni a ponerse en los alambres del telégrafo, que el Norte hace zumbar, en su cuadro clásico de carteras, junto a los aisladores blancos... ¡Se van a morir de frío, Platero!
La arrulladora
La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.
Sentida y dulce, la carbonera canta:
Mi niiiño se va a dormiii
en graaasia de la Pajtoraaa...
Pausa. El viento en las copas...
...y pooor dormirse mi niñooo,
se duermeee la arruyadoraaa...
El viento... Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco... Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.
El canario vuela
Un día el canario verde, no sé cómo ni por qué, voló de su jaula. Era un canario viejo, recuerdo triste de una muerta, al que yo no había dado libertad por miedo de que se muriera de hambre o de frío, o de que se lo comieran los gatos.
Anduvo toda la mañana entre los granados del huerto, en el pino de la puerta, por las lilas. Los niños estuvieron, toda la mañana también, sentados en la galería, absortos en los breves vuelos del pajarillo amarillento. Libre, Platero holgaba junto a los ronsales, jugando con una mariposa.
Eduardo Sainz de la Maza (1903 - 1982)
Platero
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas ...
Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal ...
El loco
Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.
Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas. Corren detrás de nosotros. Chillando largamente:
—¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!
La azotea
Tú Platero, no has subido nunca a la azotea.
... se domina todo: ventanas con una muchacha en camisa que se peina, descuidada,
cantando; el río, con su barco que no acaba de entrar;
tú, Platero, bebiendo en el pilón, sin verme, o jugando, como un tonto, con el gorrión o la tortuga!
La tortuga
Nos la encontramos mi hermano y yo volviendo, un mediodía, del colegio por la callejilla.
Entre la hierba de la pared del granero, casi como tierra, un poco protegida por la sombra del Canario, el viejo familiar amarillo que en aquel rincón se pudría, estaba, indefensa.
La cogimos, asustados, con la ayuda de la mandadera y entramos en casa anhelantes, gritando: “¡Una tortuga, una tortuga!”
Luego la regamos, porque estaba muy sucia, y salieron, como de una calcomanía, unos dibujos en oro y negro...
Paseo
Por los hondos caminos del estío, colgados de tiernas madreselvas, ¡cuán dulcemente vamos!
Platero rebuzna y retoza alegremente. ¡Qué sencillo placer diario!
Ya en la alberca, yo lleno mi vaso y bebo aquella nieve líquida.
Platero sume en el agua umbría su boca, y bebotea, aquí y allá, en lo más limpio, avaramente...
Darbón
Darbón, el médico de Platero, es grande como el buey pío, rojo como una sandía.
Pero se enternece, igual que un niño, con Platero.
Y si ve una flor o un pajarillo, se ríe de pronto, abriendo toda su boca, con una gran risa sostenida, cuya velocidad y duración él no puede regular, y que acaba siempre en llanto.
Luego, ya sereno, mira largamente del lado del cementerio viejo:
Mi niña, mi pobrecita niña...
La Muerte
Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes.
Fuí a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía...
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo.
Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza...
A Platero en su tierra
¡Con qué alegría, qué bien te digo a ti estas cosas que nadie más que tú ha de saber!
Ordenaré mis actos para que el presente sea toda la vida y les parezca el recuerdo;
para que el sereno porvenir les deje el pasado del tamaño de una violeta y de su color, tranquilo en la sombra, y de su olor suave.
Tú, Platero, estás solo en el pasado. Pero ¿qué más te da el pasado a ti, que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?
Platero y Yo
Texto: Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958)
Música, guitarra: Mario Castelnuovo-Tedesco (1895 - 1968)
Platero
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel ...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
¡ Ángelus !
Mira, Platero, qué de rosas caen por todas partes: rosas azules, rosas blancas, sin color... Diríase que el cielo se deshace en rosas. Mira cómo se me llenan de rosas la frente, los hombros, las manos... ¿Qué haré yo con tantas rosas?
Parece, Platero, mientras suena el Angelus, que esta vida nuestra pierde su fuerza cotidiana, y que otra fuerza de adentro, más altiva, más constante y más pura, hace que todo, como en surtidores de gracia, suba a las estrellas, que se encienden ya entre las rosas... Más rosas... Tus ojos, que tú no ves, Platero, y que alzas mansamente al cielo, son dos bellas rosas.
La primavera
En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros.
Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto, y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
Melancolía
Esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había adornado la tierra húmeda de grandes lirios amarillos. Cantaban los chamarices allá arriba, en la cúpula verde, toda pintada de cenit azul, y su trino menudo, florido y reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia, como un claro sueño de amor nuevo. Los niños, así que iban llegando, dejaban de gritar. Quietos y serios, sus ojos brillantes en mis ojos me llenaban de preguntas ansiosas. —¡Platero, amigo!—le dije yo a la tierra—; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí? , Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio...
Idilio de noviembre
Cuando, anochecido, vuelve Platero del campo con su blanca carga de ramas de pino para el horno, casi desaparece bajo la amplia verdura rendida. Su paso es menudo, unido, como el de la señorita del circo en el alambre, fino, juguetón... Parece que no anda. En punta las orejas, se diría un caracol debajo de su casa.
Una fría dulzura malva lo nimba todo. Y en el campo, que va ya a diciembre, la tierna humildad del burro cargado empieza, como el año pasado, a parecer divina ...
Las golondrinas
Están ya aquí, Platero, las golondrinas, y apenas se las oye, como otros años, cuando el primer día de llegar lo saludan y lo curiosean todo, charlando sin tregua en su rizado gorjeo.
No saben qué hacer. Vuelan mudas, desorientadas, como andan las hormigas cuando un niño les pisotea el camino. No se atreven a subir y bajar por la calle Nueva en insistente línea recta con aquel adornito al fin, ni a entrar en sus nidos de los pozos, ni a ponerse en los alambres del telégrafo, que el Norte hace zumbar, en su cuadro clásico de carteras, junto a los aisladores blancos... ¡Se van a morir de frío, Platero!
La arrulladora
La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.
Sentida y dulce, la carbonera canta:
Mi niiiño se va a dormiii
en graaasia de la Pajtoraaa...
Pausa. El viento en las copas...
...y pooor dormirse mi niñooo,
se duermeee la arruyadoraaa...
El viento... Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco... Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.
El canario vuela
Un día el canario verde, no sé cómo ni por qué, voló de su jaula. Era un canario viejo, recuerdo triste de una muerta, al que yo no había dado libertad por miedo de que se muriera de hambre o de frío, o de que se lo comieran los gatos.
Anduvo toda la mañana entre los granados del huerto, en el pino de la puerta, por las lilas. Los niños estuvieron, toda la mañana también, sentados en la galería, absortos en los breves vuelos del pajarillo amarillento. Libre, Platero holgaba junto a los ronsales, jugando con una mariposa.